Cada persona tiene un recuerdo del edificio de calle Salta 2141. A través de esos recuerdos, la imagen del edificio se compone y descompone, fragmentariamente. La imagen incluye a la gente que vivía en él y su cuadra, el árbol, la vereda, las casas contiguas: todo un escenario para la vida y sus relaciones que fue herido y se perdió, y aunque parte de ella haya sobrevivido no es la misma cuadra: lo que persiste lo hace como desdibujado por la ausencia, trastocado por la falta.
Si es verdad que -como sostenía Marcel Proust- cada hora vivida encarna y se oculta tras su paso en algún objeto material, la explosión truncó la posibilidad de que innumerables momentos alcanzaran esa supervivencia. Por ello, la propuesta restituye esa posibilidad al rescatar del olvido al edificio que existió y, a partir de sus planos originales, reconstruir su cáscara, su impronta. Un tabique de hormigón blanco y abstracto, una gran escultura pálida es ahora el asilo para tantos recuerdos errantes. Es nuestra forma como sociedad de honrar la dignidad de la vida cotidiana de aquellos que se fueron cuando perdieron su hogar.
El proyecto parte de reconstruir los rasgos principales del que existió, tal como eran. La silueta precisa de su volumen, la terraza y los tanques de agua, la rítmica disposición de los huecos de las ventanas, las filas de balcones, la cavidad de la entrada. El nuevo edificio es casi un pentimento del que fue; aquello que ha quedado sedimentado en el tamiz de la memoria. Es un esquema, una sucesión de plenos y vacíos, una cortina de hormigón con sus poros para la luz, el aire y la comunicación del afuera y el adentro. Es un refugio que, como tal, proporciona soporte y protección a los recuerdos de todos, una cáscara que ampara los rastros de voces, rostros, cosas, innumerables instantáneas atrapadas en distintas memorias.
Restituida su impronta original entonces el árbol, la vereda, las casas contiguas, la casas de enfrente, vuelven a restablecer las relaciones que los unían en el sistema de la cuadra y el diálogo entre ellos renace.
Ingresamos a él de forma similar a como lo haríamos antes, pero en lugar del interior perdido nos encontramos en medio de una nave vacía. Adentro, la alternancia de la luz proveniente de la calle y la opacidad de los muros conforman la trama de un amplio espacio catedralicio, que asciende. El inmenso vacío bañado por la luz que entra a través de las ventanas originales es un espacio a la vez íntimo y monumental. Familiar y nunca antes visto.
Pero el vacío no es total: una serie de volúmenes de madera se disponen en forma de cascada y habitan el interior, bañándose con el fluir acuoso de la luz. Con cuidado y rítmicamente, el gran vacío se va llenando de cajas de madera que se toman de las paredes de hormigón y usan los vanos de las ventanas originales para llevarles claridad y aire. Son cajas de música, estuches que logran a un tiempo aislarse del entorno sonoro y acondicionar acústicamente su interior a sus usos.
A través de la experiencia arquitectónica y estética que supone el conjunto propuesto, se pretende una obra abierta a todas las interpretaciones subjetivas de este trozo de la historia de nuestra ciudad. Todo es memorial, todo es escuela, todo es ciudad. Todo es pasado y todo es futuro, unido por la música, que es puro presente.
Diego Arraigada, Lucrecia Rossi Raies, Florencia Meucci, Luciano Navarini, Sofia Rothman, Francisco Falabella, Victoria Fucksmann, Pablo Gamba, Mercedes Paz, Emanuel Leggeri, Josefina Bilbao, Marisa Bautista Llusá, Joel Perez.